“Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él,diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.” (Lucas 14.25–33, RVR60)
El Evangelio de Lucas es uno de los libros del NT que declaran su propósito de manera indubitable (Juan, Apocalipsis, Judas, etc.):
“Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido.” (Lucas 1.1–4, RVR60)
Lucas escribe al «excelentísimo Teófilo»; sólo Lucas utiliza la expresión (kratistos – κράτιστος – «lo más poderoso, lo más noble, lo más fuerte»). Además de Teófilo, Lucas nombra como «excelentísimos» a Félix, gobernador de Judea por decreto de Claudio (Hch. 23.26, 24.3) y a Festo, su sucesor nombrado por Nerón (Hch. 26.25).
La sociedad romana y sus funcionarios se caracterizaban, entre otras cosas, por su interés desmedido por la fiestas y el entretenimiento. Pareciera ser que Lucas tenía esto en mente al hablarle a Teófilo, pues es el evangelista que con más frecuencia cita sucesos y enseñanzas relacionados con cenas y fiesta:

La primera de las cenas-fiesta no relacionadas con el judaísmo que menciona Lucas la ofreció Mateo Leví, el publicano que recibió a Cristo como Señor y Salvador:
“Después de estas cosas salió, y vio a un publicano llamado Leví, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y dejándolo todo, se levantó y le siguió. Y Leví le hizo gran banquete en su casa; y había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos. Y los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Respondiendo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.” (Lucas 5.27–32, RVR60)
Este episodio de la vida del Señor se relaciona estrechamente con el inicio de lo que he venido a denominar como la Sociedad-Ministerio de los Pescadores de Hombres, iniciando con Pedro, y muy probablemente Andrés, Juan y Jacobo:
“Aconteció que estando Jesús junto al lago de Genesaret, el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios.Y vio dos barcas que estaban cerca de la orilla del lago; y los pescadores, habiendo descendido de ellas, lavaban sus redes.Y entrando en una de aquellas barcas, la cual era de Simón, le rogó que la apartase de tierra un poco; y sentándose, enseñaba desde la barca a la multitud. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red.Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían. Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Porque por la pesca que habían hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él, y asimismo de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres.Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron.” (Lucas 5.1–11, RVR60)
Pedro fue provisto por el Señor con todo lo que necesitaba y más tan sólo para que este apreciara lo que realmente tiene valor en esta vida!!! Sin duda, siendo un pescador, Pedro debió quedar impresionado por el resultado de la pesca (considerando que era una hora y un lugar poco apropiados para obtener resutados de cualquier tipo, menos tan ricos y poderoso), y de haber sido Pedro un creyente del S. XXI hubiese testificado de como pudo «arrebatar su bendición», y retirarse como un don, lleno de bienes materiales conseguidos de tan prodigiosa y milagrosa pesca. Sin embargo, para lo que sirvió esta pesca fue para mostrar a Pedro que tener el mayor de los éxitos no sirve de nada si no se sirve a Cristo. Pero volvamos a la fiesta de Mateo Leví, pues allí Jesús responde a sus antagonistas fariseos, saduceos y maestros-doctores de la ley, estableciendo que la vieja religión y sus hábitos y mandamientos humanos no son compatibles con la nueva religión que nuestro Señor ha venido a inaugurar:
“Entonces ellos le dijeron: ¿Por qué los discípulos de Juan ayunan muchas veces y hacen oraciones, y asimismo los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben? Él les dijo: ¿Podéis acaso hacer que los que están de bodas ayunen, entre tanto que el esposo está con ellos? Mas vendrán días cuando el esposo les será quitado; entonces, en aquellos días ayunarán. Les dijo también una parábola: Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido viejo; pues si lo hace, no solamente rompe el nuevo, sino que el remiendo sacado de él no armoniza con el viejo. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán. Mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar; y lo uno y lo otro se conservan. Y ninguno que beba del añejo, quiere luego el nuevo; porque dice: El añejo es mejor.” (Lucas 5.33–39, RVR60)
Es por esto que las fiestas que se narran en el contexto inmediato del pasaje que leímos en principio son tan importantes para el mismo y a la vez coherentes con la intención de Lucas en todo el libro: llevarnos a un conocimiento elevado y completo de las cosas (el evangelio en que hemos sido instruidos). La primera de las fiestas del capítulo 14 nos centra en un principio cristiano muy valioso que es el vivir siendo humildes y desprendidos:
“Observando cómo escogían los primeros asientos a la mesa, refirió a los convidados una parábola, diciéndoles: Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él, y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a éste; y entonces comiences con vergüenza a ocupar el último lugar. Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa. Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido. Dijo también al que le había convidado: Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y seas recompensado. Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos. Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo: Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios.” (Lucas 14.7–15, RVR60)
Pero es la segunda (la parábola de la gran cena) la que a mi modo de ver se conecta mejor con los versos que leímos en principio; fíjense no simplemente en la parábola, que de ser tan familiar somos tentados a no prestar atención a sus detalles, pero además en las excusas de los convidados a la gran cena para no asistir:
“Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo: Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios.Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos.Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado.Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Vé pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos.Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar.Dijo el señor al siervo: Vé por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena.” (Lucas 14.15–24, RVR60)
Las excusas: el negocio, el trabajo y el deleite físico (definitivamente es a lo que se refiere Moisés cuando dice que el recién casado es libre de las actividades de guerra para «alegrar a la mujer que tomó»). Han pasado más de 1950 años de estas palabras, y todavía conservan su vigencia! La vida cristiana no es una de autogratificación, disfrute y desarrollo personal. No es posible comprometerse con Jesús para luego continuar con un enfoque mundano de la vida, una obsesión por el bienestar personal. Nuestro llamado es mucho, mucho más grande que eso; lo que nos lleva a nuestra reflexión final, veamos:
“Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.” (Lucas 14.25–26, RVR60)
“Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.” (Lucas 14.27, RVR60)
“Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.” (Lucas 14.33, RVR60)